Ciento sesenta y tres son los años que han pasado desde que, en Nueva York, cientos de trabajadoras textiles salieran a manifestarse por sus salarios bajos, que representaban menos de la mitad de lo que percibían sus pares hombres por las mismas tareas. Menos tiempo ha transcurrido desde 1908, cuando cuarenta mil costureras, también en la ciudad de Nueva York, se declararon en huelga por mejores salarios, derecho a unirse a un sindicato y por la reducción de la jornada laboral. La historia no tuvo un final feliz: más de cien mujeres huelguistas murieron quemadas y asfixiadas, producto del encierro por parte del patrón cuando la fábrica se prendía fuego. Ambos episodios nos traen hasta este 8 de Marzo como símbolo y homenaje a la mujer trabajadora, como día de reivindicaciones, no para regalarles flores.

Estamos en el 2020 y la búsqueda por esa igualdad no ha claudicado, no solo desde el punto de vista salarial, sino desde la igualdad de oportunidades. Poco a poco algunos “techos de cristal” se empiezan a romper, abriendo el camino a las mujeres para que puedan acceder a los espacios de toma de decisiones. Sin embargo, según un informe del Global Gender Gap Report 2020 (Informe global de la brecha de género 2020), se tardarán cien años para alcanzar la paridad de género en el mundo en los ámbitos de la salud, la educación, el trabajo y la política. Y, sobre todos estos ámbitos, el movimiento sindical puede generar un gran impacto para alcanzar justicia social.

En junio de 2019 recibimos con entusiasmo la aprobación del Convenio 190 de la OIT para eliminar la violencia y el acoso en el lugar de trabajo, pero este es solo un primer paso. Cada uno de nuestros países necesita ratificarlo para que efectivamente se implemente. Y aquí, nuevamente, el rol de los sindicatos es fundamental en este proceso. 

La violencia de género se ejerce tanto en el espacio público como privado. Según datos de la ONU en 2018, más de 3500 mujeres fueron asesinadas por razones de género en 25 países de América Latina. Y aún estamos luchando para erradicar el machismo y la normalización de prácticas que discriminan, abusan y violentan a las mujeres.

El camino hacia un nuevo paradigma de justicia social implica un cambio profundo a nivel cultural y de acción conjunta, que indefectiblemente tiene que contar con el protagonismo del movimiento sindical. Desde nuestras organizaciones sindicales debemos enviar un mensaje claro para poner fin a los estereotipos de género que se siguen reproduciendo, denunciar la trata y la explotación sexual de mujeres y niñxs, visibilizar los feminicidios, en donde miles de mujeres en nuestro continente son asesinadas en el marco de un vínculo amoroso y, por último, introducir mediante la negociación colectiva, cláusulas específicas de lucha contra la violencia en los lugares de trabajo. 

Con orgullo podemos decir que UNI junto a sus afiliadas están en ese camino, luchando por sociedades más justas e igualitarias, entendiendo que la problemática de género es una cuestión de justicia social y algo por lo que trabajar no un mes, o un día, sino durante todo el año. Que este 8M nos encuentre todas juntas, todas libres. Feliz marcha.